La estética de los grotesco y la felicidad nacional
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Baily es un personaje ambivalente: produce amor y odio, admiración y rechazo, y, sobre todo, rating. Su programa es grotesco y entretenido, improvisado y divertido. Una mezcla de todo lo heterogéneo que los productores pudieron imaginar. En suma, Bayly y su programa son diferentes. El es un joven bien parecido, blanco, de modales generalmente mesurados y un poco tiesos; físicamente es un buen representante de las clases media alta y alta. La mayor parte del tiempo es burlón e irónico y tiene la agresividad de barrio de clase media, aunque algunas veces muestre un humor atribuido a cierta finura criolla. Suele ventilar sus problemas personales - reales o imaginarios - frente a las cámaras: su soledad, sus relaciones familiares - especialmente con su madre -, sus depresiones, fracasos y éxitos. Es un personaje con profundidad psicológica, el más humano de la televisión nacional, no el común cliché de animador-entrevistador.

El personaje Baily muestra profundidad psicológica, y por tanto humanidad: sufre, goza, y a veces se comporta civilizadamente. A pesar de su humanidad, o quizás en virtud de ella, la agresividad, la falta de respeto, la improvisación y la sátira inhumana son los rasgos más notorios del programa, y factores importantísimos de sus éxitos. Esta afirmación supone que la mayoría del público gusta de la sátira más que del humorismo, de la carcajada más que de la sonrisa, de la crueldad sonriente y suficiente más que del humorismo sutil. Y esto no debe sorprender a nadie que siga de cerca la historia de la televisión nacional. Qué hay de nuevo hace recordar la esquina del barrio, el chismorreo, los duelos verbales de la gente en la oficina, en el estadio, en la fábrica y en el Regatas, y hace que nos demos cuenta de que ése es el modo de ser de la mayoría de los limeños: burlones, toscos y satíricos. Lo único que cambia de barrio a barrio es el estilo. Sí pues, la compleja naturaleza del animador permite que el grueso del público se identifique con él: Baily es el cercano arquetipo del hombre de la calle.

La identificación entre el público y el personaje se logra no sólo por el modo de comportarse, sino también por dos fracasos y un desengaño. Como muchos, él no completó sus estudios universitarios ni hizo fortuna en Norteamérica. El fracaso de la educación y del sueño americano lo hicieron cercano y digno de simpatía ahí donde la frustración era el pan del día. Por otra parte, el desengaño de la política que tan abiertamente mostró - ¡quién no recuerda al nerd de los pininos! - coincidió con el sentimiento mayoritario del público. Pero la humanísima piedra de toque del personaje es su capacidad de burlarse no sólo de connacionales, extranjeros, Instituciones Republicanas o del mal gusto de los otros animadores, sino también de sí mismo. Es así que se convierte en uno de los productos más logrados de la industria de las comunicaciones en el país.

Como personaje bien construido, Baily es dueño de una emocionalidad y una sexualidad complejas. Su soledad, su castidad y las alusiones a la opinión de su madre dan pie a la actualización de una serie de mitos y tabúes que le enriquecen. Entre los mitos de amor y sexo, Ximena encarna dos: el de la Mujer Misteriosa y el de la Madre. Ella es, en la vida real, la productora del programa, y su lugar está normalmente entre bambalinas. Sin embargo, los monólogos del animador dirigidos a una Ximena invisible forman un aura de misterio alrededor de ella, acentuada por algunas alusiones e insinuaciones amorosas, y por la reticencia de Ximena a aparecer en pantalla. Esta mujer enigmática y deseada es la productora y por tanto debe absolver las dudas y problemas de Baily, quien desarrolla una dependencia del tipo "¿y ahora qué hacemos Ximena?", "¿qué sigue Ximena?", etc. La dependencia refuerza poderosamente la imagen de "niño" del animador e insinúa la maternidad de la productora. El animador-niño es, por otra parte, representante autoproclamado del caos, por lo que la productora-madre pasa a cumplir el rol opuesto de representante del orden. Las insinuaciones amorosas y sexuales de Baily ("Y ahora nos vamos a dormir, Ximena ahí?") hacen lícito plantear una relación edípica entre los roles de la "productora / amada / madre / cosmos / invisible" y el "animador / amante / niño / caos / visible".

El maestro Cam, por otra parte, cumple la función del bufo en el programa. Su apariencia oriental y su carácter popular lo hacen atractivo para el público y balancean la imagen de "blanquito" de Baily. Por otra parte, en relación con Ximena, el maestro Cam plantea la antonimia: por oposición a la invisible productora, él es lo pedestre, la materia tosca y tangible que depende de Baily tanto como éste de Ximena. Baily funge así de intermediario entre el set y la misteriosa divinidad. Lo sublime y misterioso y lo concreto y cotidiano se comunican así, siempre indirectamente, a través de un Baily que se debate entre dos mundos, como le toca a todo buen vicario del Caos. Claro que desde otro punto de vista, se podría decir que la cadena de dependencias retrata la tradicional estructura sociocultural nacional: chinito popular y blanquito jefe, pero hoy dejamos arbitrariamente de lado la sociología.

El edipo del animador no es asunto de cuidado frente a las connotaciones y tabúes de la sexualidad turbia. Así, las bromas y alusiones gays y la gran cantidad de invitados homosexuales, transexuales y travestis no han escandalizado a un público que, por el contrario, las ha disfrutado. Es revelador el fracaso del intento de una publicación de crear y capitalizar un escándalo que liga a Baily con la prostitución. Este periódico publicó una nota no confirmada sobre una señora que habría sido estafada por un desconocido que le habría vendido los favores de Baily, claro que sin el conocimiento y menos el consentimiento de éste. Baily y el público rieron en el aire, y algunos sospecharon que estaban frente a un muy bien montado aparato publicitario construido de chismorreos nacidos en periódicos de segunda y tercera categoría. Por otra parte, la indiferencia del animador a defender su honra por la vía legal es coherente con el personaje: el informal no puede recurrir a la formalidad para resolver sus problemas con otros - y no parece haber sido un problema para el vicario del Caos. Baily no puede actuar justamente como aquéllos a quienes ridiculiza en su programa. Por otro lado, tampoco tiene que contribuir a subir las ventas de las publicaciones sensacionalistas pues ésa es labor de ellas.

El programa es innovador en varios sentidos. Si Gisela Valcárcel introdujo al telespectador en la televisión gracias al teléfono, Baily además se burla de él según su humor o las necesidades del programa. Les cuelga el teléfono, los "bate" o les sigue la cuerda buscando las situaciones delirantes que el público espera. Por otra parte, el diálogo, o el intento de dialogar, se da también con otros artistas animadores de la TV, claro que en tono de joda. La gente espera que los roces y rivalidades televisivas en los que se vea envuelto Jaime se ventilen abiertamente, como parte del espectáculo, en la pantalla o por el teléfono en la pantalla. Baily masifica así la vieja tradición limeña de la crítica oblicua y del raje, que alguna vez viéramos disfrazada en la TV, y que por fin alcanza el estatuto de espectáculo. ¡Qué lejos y qué cerca estamos de la Lima pacata! Baily es el chismorreo como espectáculo, la masificación de nuestra diversión más públicamente privada.

Quizás sea darle mucho mérito a los productores el atribuirles lo que sería mero producto de la casualidad, o de la copia, pero a veces es agradable ver cierto orden donde no hay más que caos. La apuesta deQué hay de nuevo fue buena y, las más de las veces, placentera.

Por Alfredo Elejalde F.
Lima, 1992
(17-07-2003)

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